El buen humor, el sentido lúdico, la perseverancia, el afecto entre el instructor y su perro conforman el verdadero entramado sobre el que se asiente una educación eficaz.
El adiestramiento nunca debe ser un martirio, una tortura, una obligación, ni para el perro ni para el instructor, si se desea realizarlo con éxito.
Un perro sometido a un adiestramiento excesivamente duro se repliega sobre sí mismo y acrecienta su resistencia, dominar una voluntad por la fuerza es lograr un triunfo momentáneo pero nunca definitivo.
Si un perro se esfuerza por participar en el adiestramiento es para complacer a su amo, para ser más querido y mejor tratado por él.
El adiestramiento es enseñanza, no doma.
Los perros no comprenden las palabras que se les dirigen, pero comprenden de modo global el sentido del discurso a través de la actitud y, sobre todo, del tono de voz.
Es de vital importancia que el adiestrador aprenda a dominar su voz para impartir las órdenes adecuadas.
En la 1era etapa del adiestramiento, lo que se pretende es que el perro aprenda a comprender la asociación existente entre la orden impartida y su ejecución.
Adiestrar a un perro no es una tarea sencilla, en la que sólo basta disponer de tiempo y buena voluntad, también es cuestión de inteligencia.
Además del tono de voz y la paciencia para dar al perro su propio tiempo de aprendizaje, la periodicidad también es importante.